Por el Camino de Santiago

A continuación unas imágenes del recorrido por el Camino de Santiago, a finales de octubre de 2009. Una época en la que constantemente estás pensando "¿lloverá mañana?" pero con una luz y unos colores inigualables. Hemos tenido suerte y no sólo no nos llovió, sino que nos hizo una temperatura para andar formidable. Partiendo desde la localidad  de Sarria, recorrimos los 113 kilómetros que la separan de Santiago en cinco jornadas, una media de 22 kilómetros por día. No es mucho pero está bien para disfrutar del paisaje, sin prisa y de la extraordinaria gastronomía que ofrece Galicia.
Pero antes una paradita en las Médulas, antiguas minas de oro que bien supieron explotar los romanos en el siglo I. Se encuentran en la comarca leonesa de El Bierzo y en 1997 fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad.
Aquí los romanos removieron millones de toneladas de tierra mediante el procedimiento conocido como "ruina montium". Montañas enteras quedaron reducidas a barro y oro que fue a engrosar las arcas del Imperio, según cuenta Plinio el Viejo.
Un paraje donde entre castaños, robles carballos y avellanos, emergen unas colosales y afiladas montañas de color rojizo. Las que no llegaron a explotar los romanos. Eso si, da la impresión que el visitante se encuentra en Australia más que en España.
En esta imagen encontramos la huella del hombre separada por 16 siglos. En primer plano una iglesia del siglo 17 y al fondo una imagen de una de las montañas rojizas que en el siglo I trabajaron los romanos.
...y comenzamos el camino, con poca luz y buena temperatura. ¡Ultreia!
Cruceiros bajo un cielo aborregado que nos hacían pensar en el siguiente día con recelo "¿lloverá mañana?"
La primera anecdota del camino la protagonizó, como no, la siempre bien publicitada "chispa de la vida". Una casa en medio del campo y adosada al muro la máquina expendedora. El dueño, curioso, el cura del pueblo siguiente.
Los castaños presentan en esta época su traje más elegante. Una alfombra de erizos se extendía por el suelo y raro era el peregrino que no degustaba las suculentas castañas.
Impresionantes bosques de robles carballos que ofrecen generosos sus nutritivas bellotas, llamadas en la zona "landres" y que son aprovechadas por la fauna local. Jabalí, ardilla roja, paloma torcaz, arrendajo, lirones, ratones,...
Hay quien iba perdiendo equipaje por el camino.
Atravesamos bosques de castaños, robles, eucaliptos y pinos.
Con frecuencia encontramos zonas pobladas de madroños, aulagas (toxo en Galicia) y zonas de pastos.
Antiguas iglesias rodeadas por pequeños cementerios que dan un toque mágico y supersticioso al lugar.
Llegada a Portomarín, una población reconstruida con sus propias ruinas. Fue destrozada por una inundación del río Miño, incluida esta iglesia, que junto al ayuntamiento, se volvieron a construir con las mismas piedras que las formaban.
Amaneceres con brumas nos daban los buenos días. Algo muy habitual en la provincia de Lugo en esta época.
Bosques de suelo tapizado con el color cobrizo de las hojas caidas y rodeados de helechos.
Prados que amanecen con una capa de rocío que con la ayuda del astro Rey hacen brillar las telas de araña.
El descanso bien merecido tras unos pocos de kilómetros en el cuerpo. Un pan buenísimo. Y la charla con otros peregrinos que ya vamos conociendo por el camino.

Castaños centenarios de gruesos troncos que en ocasiones servían para indicar la dirección de la ruta. Una flecha amarilla como la del tronco nos guio por el camino.

Impresionantes pazos, como este de Sedor en Castañeda.

Hórreos que en su día sirvieron para almacenar el grano, hoy sobreviven como adorno emblemático de Galicia. Son construcciones hechas en piedra y madera que descansan sobre cuatro losas de pizarra que a su vez lo hacen sobre otras tantas columnas. La misión de estas losas era evitar que los roedores pudiesen alcanzar el grano.

A medida que nos acercábamos a Santiago, las nubes amenazaban a la península y era raro que a cada rato no le echásemos un vistazo al cielo.

Preciosos ríos y arroyos donde se crían las cada vez menos abundantes truchas comunes.

Poco a poco, con las piernas ya resentidas por los kilómetros pero contentos, nos acercábamos a nuestra meta.

El Monte del Gozo, a un paso del encuentro con Santiago.

Y por fin en la Plaza del Obradoiro con la  catedral de Santiago al fondo y con la satisfacción de habernos ganado la Compostelana. La fotógrafa que tomó la foto  de rigor la hizo un poco torcida pero la he querido dejar así, tal cual fue.   
!Buen camino!

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